domingo, 17 de marzo de 2024

BlackBerry, el comienzo de la historia

 


Una de las tantas traducciones de Proverbios 16: 18 al 19 dice así: "Tras el orgullo viene la destrucción; tras la soberbia, el fracaso". En 2007, la altanería de dos constructores de imperios -el visionario Mike Lazaridis y el vendedor implacable Jim Balsillie- dio inicio a la destrucción de la empresa canadiense que había causado una revolución en las telecomunicaciones y el universo laboral. BlackBerry pasó de controlar entre el 30 y 45% del mercado de telefonía móvil en los albores del siglo (difieren las fuentes) a cero en la actualidad. Una película independiente filmada, justamente, en Canadá, narra esa apasionante historia de auge y decadencia. Puede encontrarla en Amazon Prime.


BlackBerry, el comienzo de la historia es un drama biográfico, filmado en 2023. El guión adapta, con absoluta libertad, el libro Perdiendo la señal: la historia no contada del extraordinario crecimiento y la espectacular caída de BlackBerry de Jacquie McNish y Sean Silcoff. Lazaridis es interpretado por Jay Baruchel; Balsillie, por Glenn Howerton. El director Matt Johnson también actúa: es Douglas Fregin, el mejor amigo de Mike y confundador en Waterloo (estado de Ontario) de Research In Motion, la empresa de software que lograría con una manufactura prodigiosa modificar la forma en que los influyentes trabajaban y se relacionaban con sus empleados, sus clientes y sus pares. La tecnología nos hace. El medio es el mensaje, sentenció para siempre otro canadiense ilustre, el profesor Marshall MacLuhan.


RIM fue como un meteoro deslumbrante que cruza los cielos. El mismo Barack Obama llegó a decir que no se imaginaba su existencia sin el BlackBerry. Pero ya en 2013 su cuota de mercado había caído al 3% en América. El ingeniero talentoso Lazaridis y el tiburón de los negocios Balsillie fueron obligados a dejar el timón de una empresa que en pocos años pasó de ser la más valiosa del Canadá a perder el 90% de su capacitación bursátil.


¿Qué pasó? ¿Qué error garrafal habían cometido? Subestimaron la revolución iPhone. Pantallas táctiles, desarrollo independiente de aplicaciones, prioridad al concepto blando de "experiencia del usuario", acceso ilimitado a las redes sociales, productos atractivos y accesibles para todo el pueblo no exclusivos para la casta, incremento constante de las prestaciones. Y, sobre todo, que las corporaciones telefónicas puedan aumentar su rentabilidad facturando al cliente por cantidad de datos, novedad que Lazaridis recibió como obstáculo no como oportunidad ("¡Cada iPhone gasta la misma cantidad de datos que 5.000 BlackBerry!", se queja en la película). "Tu problema es que un minuto es sólo un minuto", le espeta sin rodeos a Balsillie en un aeropuerto de Georgia un peso pesado de AT&T cuando le rogaba que no abandone el barco para saltar a la cubierta de una Apple que iba a convertirse en la firma más valiosa del planeta hasta el día de hoy.


Como si fuera poco, la explosiva aparición del sistema operativo Android de Google que permite replicar las maravillas funcionales del iPhone en todos los aparatos que llegan de Oriente (algo similar a lo que había conseguido Microsoft con el Window en las computadoras domésticas) fue el último clavo en el ataúd de BlackBerry, cuya reacción a tan formidable desafío fue tardía, confusa y torpe. Dicen que lo peor que puede hacer un artista es enamorarse de sus ideas. Termina sacrificando la creatividad.


MUNDO GEEK


La cinta comienza en 1996 cuando dos jóvenes nerds (Lazaridis y Fregin) intentan vender al buitre Balsillie su nuevo invento: el PocketLink. Los chicos habían logrado resolver una encrucijada de la transmisión inalámbrica de datos y diseñaron al antecesor del BlackBerry. Crearon "la oficina de correos más pequeña del mundo". Y portátil. Balsillie no les hace caso de momento, pero algo queda resonando en su cabeza. Después de ser despedido de la firma donde trabajaba por rebelde e inescrupuloso, se convierte en inversor independiente. Hipoteca su casa para comprar un tercio de RIM y el cargo de codirector ejecutivo. Aporta la cuota de racionalidad empresarial que necesitaban los frikis para el despegue. Le venden a Bell Atlantic (hoy Verizon) el primer dispositivo de mano que puede conectarse a una red a escala comercial. El tándem Lazaridis-Balsillie -tan distintos el uno del otro- acelerará la revolución tecnológica en Occidente al comprender la importancia de la mensajería móvil.


Resulta fascinante el contraste que plantea el falso documental entre el caótico mundo geek de los ingenieros, tan pueril como disruptivo, con los hombres de negocios tradicionales, contratados en RIM para mantenerlos a raya (gran papel de John Ironside, estereotipo del hombre duro, como Charles Purduy). En 2002, los smartphone BlackBerry salen a la arena del circo y conquistan a las élites con su elegante teclado QWERTY y su practicidad. Incluso, generaron una suerte de adicción que fue designada como CrackBerry, "palabra nueva del año 2006" e incorporada por el diccionario Webster 's New World Dictionary. Qué anacronismo, verdad.


Vemos en la pantalla como Balsillie se las ingenia para frustrar en 2003 el intento de adquisición hostil de Carl Yankowski, director ejecutivo de Palm, otra pionera que terminó desapareciendo del mapa. Vemos como le roba mentes brillantes a otras empresas tecnológicas para resolver el colapso de la red telefónica. Para ello, usa opciones sobre acciones (a Paul Stannos de Google le promete diez millones de dólares de prima de ingreso), maniobra delictiva que arroja a los mastines de la Securities and Exchange Commission (SEC) al cuello de las autoridades de RIM (Balsillie casi termina en la cárcel).


Hasta que llega el año fatídico de 2007. Por entonces, sólo Nokia vende más smartphones en el mundo que Blackberry. La rutilante presentación de (suenan las trompetas) Steve Job encuentra a RIM distraída. Es el núcleo incandescente del film. Mike está acorralado por la SEC. Jim, obsesionado con la compra de algún equipo estadounidense de hockey sobre hielo para mudarlo a Canadá. Con una mezcla de admiración, miedo y perplejidad, los cerebros de la empresa canadiense reciben el lanzamiento del iPhone. Cambiaban las reglas del juego. La respuesta, como se dijo más arriba, nunca fue la apropiada y, como consecuencia, hoy ya no se fabrican más los teléfonos BlackBerry. Se convirtieron en una hermosa historia para ser contada con una valiosa enseñanza: si te dedicas al mercado tecnológico, innova permanentemente o perecerás.


Como nota al pie de página, digamos que Fregin se convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo al vender su paquete accionario de RIM en 2007, después de pelearse con su viejo amigo Mike.


EL PRESENTE MODESTO


Parece que los nuevos dueños de RIM (rebautizada BlackBerry Limited) siguen al pie de la letra el consejo del proverbio bíblico de perseguir la humildad. Veamos su derrotero (barranca abajo) en los últimos diez años.


En 2016 anunciaron la subcontratación a los chinos de TLC de toda la producción de aparatos. La idea era que se encargaran del hardware, mientras los canadienses se centraban en el software. Ya no fabricarían más teléfonos. Pero la nueva camada no usaba el sistema operativo propio, sino que corrían sobre Android. Ni siquiera arañaron el mercado. En enero de 2022, ¡kaput! Todo los aparatos quedaron obsoletos cuando la firma dejó de darles soporte. Ahora, BlackBerry se dedica a producir software de ciberseguridad y ofrece otros servicios para empresas y gobiernos. Es muy apreciada en el segmento de comunicaciones seguras, incluso por la CIA.


Qué es de la vida de Mike Lazaridis y Jim Balsillie, se preguntará usted. Bueno, los socios crearon un fondo de inversión para desarrollar las tecnologías cuánticas (palabrita de moda esta década), se abocaron a la filantropía en el área de la educación y a contar su mejor historia por todo el mundo. Con la perspectiva del paso de los años, uno no puede dejar de ver los últimos minutos sin gritarle a los protagonistas: "¿Qué están haciendo pedazos de tontos", escribió la crítica inglesa Wendy Ide. Es la fatal arrogancia, amiga. ¡Ah, por cierto!, las dos horas de película se pasan volando.

Guillermo Belcore


Calificación: Muy buena

martes, 12 de marzo de 2024

El cocinero de Alcyon


El cocinero del Alcyon

Por Andrea Camilleri

Salamandra. 238 páginas


En 2009, Andrea Camilleri (1925-2019) recibió un encargo de una productora italoestadounidense. "Maestro, necesitamos un guión con el comisario Montalbano". Quizás, le encargaron que incluya una o dos mujeres despampanantes, un empresario malo como un terremoto y una trama en la que nuestro héroe se enfrente a los esbirros de poderosos narcotraficantes.

La película no se hizo. Don Andrea no quiso desperdiciar el argumento. Lo recicló unos años después para un nuevo libro de la saga de Salvo Montalbano, que consta de treinta y dos gemas y convirtió a su demiurgo en el escritor más leído de la Italia contemporánea. Así describe a la serie la eminente Enciclopedia Treccani:

"En 1994, con La forma del agua, A.C. inauguró una serie de novelas y cuentos centrados en un personaje fijo: el comisario de policía Salvo Montalbano, que en la imaginaria (pero inequívocamente siciliana) ciudad de Vigàta debe desentrañar numerosos casos de asesinato y malversación, animado por un sentimiento de justicia tan sustancial como ajeno a las preocupaciones de su carrera y, en todo caso, propensos a procedimientos que no siempre son formalmente impecables".

Camilleri reconoce en la nota final que El cocinero de Alcyon muestra sus costuras innobles, es decir su origen no literario. Se queja además de que los capítulos no se ajusten exactamente a su lecho de Procusto: las habituales diez páginas de computadora. Pero en la "nota a la nota" sentencia que la actualización redondeó una "buenísima novela de Montalbano". ¿Y quienes somos nosotros, modestos escribas del séquito, para desmentir a su majestad, el escritor talentoso? 

Otra de las proezas de Don Andrea es que su ciudad natal -Porto Empedocle, provincia de Agrigento, en Sicilia- haya decidido agregar el término "Vigàta" a su nombre histórico, como consecuencia de la legión de admiradores de la serie que visitan todos los años la urbe para caminar por los mismos escenarios que fatigaba el comisario. Sí, amigo lector, la literatura fomenta el turismo nacional. Ya es hora de que Pringles cambie su nombre por César Aira.

La historia comienza con un conflicto sindical en un astillero. Un obrero despedido se ahorca. El patrón -hijo del fundador de la empresa- es un canalla de primera categoría, de esos que desperdician la herencia familiar en gustos extravagantes, mientras descargan sobre los hombros de los trabajadores el peso del ajuste.

Los policías sicilianos, naturalmente, simpatizan con la rebeldía obrera (¿dijimos que A.C. tenía simpatías comunistas?). Uno de los deméritos de la novela y de la serie policial de esta época es que el detective y sus ayudantes suelen coincidir forzosamente con la ideología de sus creadores; es decir, por lo general pertenecen a la prometeica familia de la izquierda progresista. Por eso las llamamos “ficción”.

La aparición en la soleada Vigàta de una escort texana, veintiañera, rubia, de más un metro ochenta de altura ("Llevaba unos vaqueros tan ajustados que más que una prenda de vestir parecían la piel de una fruta"), doce mil euros la noche, ofrece a Montalbano la punta de un ovillo. Descubrirá que el cretino de Giovanni Trincanato no es solamente el propietario de un astillero. Es alguien mucho más siniestro. Al mismo tiempo, los jefes de la policía intentan apartar al comisario del servicio. ¿Qué diabólico caldo se está cociendo en el sur de Sicilia?

Si hay algo que puede criticarse del texto es cierta propensión al estereotipo. El agente del FBI, por ejemplo, parece una marioneta, es indigno de un escritor de la talla de Camilleri. Todo hay que decirlo: el libro carece de profundidad psicológica. Pero es un entretenimiento formidable. Una última rareza. He aquí a un sicario argentino, un tal Juan Bartocelli. Tiene ojos de serpiente, más fríos que el Polo.

Guillermo Belcore

domingo, 25 de febrero de 2024

El mamífero que ríe


El mamífero que ríe

Gustavo Ferreyra

215 páginas. Ediciones Godot


Desde que la humanidad leyó arrobada las andanzas de un hildalgo de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor, quedó establecido que en una novela deben “pasar cosas”. Claro, esta magnífica especie literaria ha ido mutado y hoy puede que nos atrape el acabado de los personajes, la profundidad de la mirada, la belleza del estilo o cierta originalidad… Pero cuando estos vectores de la potencia estética brillan por su ausencia y al mismo tiempo no pasa prácticamente nada, la novela se instala definitivamente en un lecho de tedio e insustancialidad.


Es una conclusión que deriva de la lectura de la obra más reciente de Gustavo Ferreyra, autor de vasta y reconocida trayectoria, de hecho se trata de su novela número once. El mamífero que ríe desarrolla un procedimiento que parece ser la seña de identidad del autor: el soliloquio de un chiflado.


En este caso, leemos los razonamientos desquiciados de Ricardo, psicólogo de profesión, anarquista borgeano, antikirchnerista recalcitrante (este rasgo es importante), separado con dos hijos pequeños, de claras ideas racistas, con cierta tendencia asesina y pederasta en potencia, enfermo de deseo por su empleada doméstica, Ceferina, la Paraguaya.


Ricardo quiere ser un Zarathustra, la bestia rubia nietzscheana, pero no es más que un pobre tipo, con panza y 42 años que malvive con la consulta en su casa. Al principio, nos enteramos que el pelafustán ha encontrado su epifanía en Puerto Madryn, con la observación de una colonia de lobos marinos. Ve en los machos una suerte de pináculo, “la masculinidad con un vigor esplendente”, en contraste con una represión moderna que siente que lo ha castrado a él y a sus pares. “La civilización es femenina, toda la maldita cultura es femenina”, razona ofuscado. Nada del otro mundo. Es sólo otro auténtico reaccionario por sublimación de sus problemas con las mujeres.


A MEDIAS

La sublime mamifidad es el eje del relato. Pero es un eje que viene y va y se termina difumando. He aquí uno de los inconvenientes del libro. Todo se hizo a medias, como si el autor hubiera temido dar un pasó más allá para adentrarse en lo singular. Por ejemplo, Ricardo decide conocer al marido de Ceferina, un carnicero medio ciego que trabaja en un supermercado chino de Villa Urquiza. Le compra unos bifes de costilla, no pasa nada. Puede que la anécdota sirva para ilustrar el carácter irresoluto del protagonista, pero un narrador experimentado y competente como Ferreyra debe saber que al lector no se lo deja con hambre.


Da la impresión que las peripecias del psicólogo para no perder clientes, para lidiar con su malvada hermana, con su esposa tipo matrona y con sus vecinos que ocultan algo y para llevarse a la cama a su mucama son asuntos secundarios. Es posible que lo que Ferreyra haya querido construir -sobre cualquier otro deseo- sea una formidable máquina de opinar. Sobre todo para dejar establecido su ideario político en el que puede que se entremezclen las convicciones propias como las concesiones al público progresista, seguramente el grueso de sus lectores.


Relucen aquí y allá algunas ideas inteligentes. Como ésta: “No existen hijos rebeldes, sido modos distintos de hacer las mismas cosas”. Pero las consignas políticas no van más allá del cliché. Macri y Trump son “estúpidos”. Carrió es “una protuberancia de Clarín”. Los intelectuales ‘progres’ son un hato de bienhechores. Cristina se ha empeñado en “que los perdedores no pierdan tanto”. La clase media argentina es una calamidad. Página 84: “A diferencia de la moral media del norteamericano: duro con los demás y consigo mismo, el clasemediero argentino es de moralidad completamente señoral: duro con los demás, blando y autoindulgente al extremo consigo mismo”.


La historia que, ¡ay!, nunca llega a ningún lado -el final es tan decepcionante como el resto- se articula en capítulos mensuales de más o menos diez páginas entre enero de 2018 y julio de 2019. Sostiene Ferreyra que el macrismo fue un desastre. Al mismo tiempo, hilvana una de las más desembozadas y entusiastas reivindicaciones de Cristina Kirchner que se puedan encontrar en la literatura argentinaLos que odian son locos malévolos como Ricardo, incluso perversos sexuales. Aquellos que la incomodaron, como Stornelli o el difunto Bonadío, son canallas de primera categoría. Hasta el Plan Qunita ensalza Ferreyra.


El batidor de justa -esa institución porteña- nunca se detiene. Entregada a la imprenta en 2022, Ferreyra también tiene algo que decir sobre la guerra en Medio Oriente, aunque no venga a cuento en la trama. En la página 20, conjetura que los soldados israelíes no parecen humanos, “a lo sumo una combinación de carnes con maquinarias”, como Robocop. Y los parangona con las hordas de Hitler, un lugar común atroz de nuestros intelectuales: ...”buscan transmitir con sus uniformes lo mismo que los nazis: ¡atenti!, que no somos humanos”.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento Cultura de La Prensa


Calificación: Regular

PD: Aquí comentamos otras dos obras del Sr. Ferreyra:


lunes, 19 de febrero de 2024

Si te dicen que caí


Antes de que un hatajo de franceses ingeniosos y sin talento rebajaran el texto hasta lo insustancial, la novela de la Europa continental era una formidable maquinaria poética y filosófica que aspiraba a explorar el alma del mundo, de una época o de una comunidad, y los pliegues del alma individual. Ambición no faltaba. Incluso se experimentaba con la forma, en una especie literaria que se ha caracterizado, justamente, por su constante mutación, desde que un caballero de triste figura saliera a fatigar los caminos de La Mancha.

Buenas novelas oceánicas se siguen escribiendo, claro está. Allí están Michel Houllebecq y Mircea Cartarescu para atestiguarlo. Pero son cada vez más raras en el Viejo Continente. Ni hablar en la Argentina, donde el compromiso por un proyecto artístico brilla por su ausencia y donde un literato eminente, incluso, ha desarrollado una teoría ad hoc para justificar la novelita infinitesimal -liviana como una pluma- en nombre de "la dicha de la pincelada y de la escena", "de la felicidad del instante". El realismo pesado (en el buen sentido del término), la arquitectura compleja, la profundidad psicológica, la exuberancia verbal parecen fósiles, como el sombrero con plumas de avestruz de la tía Olga o el silencio de esa habitación en que una persona se sienta en su sillón favorito para leer un libro de más quinientas páginas.

Aquellos que aborrecemos la moda de lo fútil y nos gustan los escritores que se toman su papel en serio tenemos todo el pasado por delante, a Dios gracias. Se cumplieron en 2023 cincuenta años desde que Juan Marsé (Barcelona 1933-2020) presentará en un concurso literario de México un manuscrito que a la sazón se convertiría en una obra maestra de la literatura española contemporánea. Leer hoy Si te dicen que caí (Club Bruguera, 290 páginas) es una experiencia extraordinaria y muy placentera, claro, si usted no es un lector con prisas.

AÑOS TREMEBUNDOS


Marsé nos lleva a la Barcelona de 1944 ("el año del trigo argentino"). A una sociedad oprimida por la miseria moral y material, por la arrogancia y la brutalidad de los triunfadores de la guerra civil, y por el rencor de los vencidos. Es un ajuste de cuentas con su infancia; una colección de historias en primera persona, pero desde un yo plural (va alternado las tramas, pero sin aviso tipográfico). El núcleo incandescente es el asesinato de una prostituta rubia, un hecho que lo conmovió de pequeño y que aparece de manera recurrente en su vasta obra.

Los protagonistas son niños y adolescentes. Granujas que sobreviven aprovechando hasta la última migaja. Hace ochenta años, en El Guinardó (barrio desaparecido de Barcelona) se comían gatos y se reciclaban los condones usados, pero -al decir del autor- "nunca volvió a reír la primavera como entonces, nunca". La pandilla se reúne en la trapería de Daniel Javaloyes, Java para los amigotes. Cuentan historias, buscan tesoros entre los escombros y juegan al doctor con huerfanitas.

Java remueve cielo y tierra para encontrar a una furcia roja, Ramona o Aurora Nin, con quien había tenido sexo para complacer a Conrado, un alférez paralítico y mirón. Tiene sus razones secretas para hallarla, además del dinero que le promete una mujer rica deseosa de venganza.

Otro hilo narrativo lo transita la diezmada resistencia anarco-comunista. Son un puñado de perdedores, forjados en cien batallas, viviendo en una clandestinidad sin fin, devenidos en terroristas, atracadores y estafadores. Acecha entre las sombras un peligro para los chicos, el tuerto 'Flecha Negra', "sirviente de la Patria amanecida", con la excusa que recluta voluntarios para los campamentos juveniles de la Falange.

En rigor, todo el libro es una colosal rememoración a partir de la llegada de un cadáver a una sala de autopsias del Hospital. El ayudante de una monja conoce al muerto. O lo conoció hace treinta años, mejor dicho.

LOS AVENTIS


Para tejer los laberintos de la memoria, el novelista catalán emplea un procedimiento muy eficaz: "los aventis" de Sarnita, uno de los perdularios de la barra del Java. Son relatos construidos con desechos por un niño, supuestamente testigo pero que mayormente habla de oídas. Incluye rumores, confidencias, confesiones y ficciones. Hay saltos temporales y el sentido se va armando de a poco. Es una lectura exigente en forma y contenido porque se trata de una obra magnífica. Una segunda lectura de algunos pasajes, incluso, podría ser recomendable. En verdad, al final de la novela el lector se sentirá exhausto pero recompensado. Todos los puntos se unen.

Si te dicen que caí ha envejecido muy bien. Qué envidia. Por cierto, hay una versión cinematográfica de la obra más rica de Juan Marsé. Dicen que la empobrece.
Guillermo Belcore

Calificacion: Excelente

martes, 6 de febrero de 2024

Aniquilación


 "Una mejora en las condiciones de vida va emparejada, a menudo, con un deterioro de las razones de vivir, y en particular de vivir juntos.”

M.H.


Sin duda, uno de los pasajes más emocionantes de la saga cinematográfica de El señor de los anillos es la petición caballeresca de Aragorn frente a la Puerta Negra de Mordor. Viggo Mortensen intenta que sus tropas recuperen el coraje para detener a los ejércitos de las potencias maléficas:

"...Hijos de Gondor y de Rohan, mis hermanos, veo en vuestros ojos el mismo miedo que encogería mi propio corazón.

Pudiera llegar el día en que el valor de los hombres decayera, en el que olvidáramos a nuestros compañeros y se rompieran los lazos de nuestra comunidad. Pero hoy no es ese día.

En que una hora de lobos y escudos rotos rubricaran la consumación de la edad de los hombres. Pero hoy no es ese día.

En este día lucharemos. ¡Por todo aquello que vuestro corazón ama de esta buena tierra, os llamo a luchar, hombres del Oeste!..."


La arenga de Aragorn -similar a la de William Wallace antes de la batalla de Stirling- es destacada en la novela más reciente de Michel Houellebecq (Saint Pierre, 1958). Justamente, el escritor-filósofo más interesante de la Francia contemporánea ha venido reprobando en su vasta obra con inusual valor las miserias y cobardías de los hombres del Oeste, que signan una época líquida que, por pereza intelectual, hemos designado como postmodernidad.


En Aniquilación (Anagrama, edición 2022, 605 páginas) asume Houllebecq una vez más la defensa de la moral judeocristiana, y de la moral en general. Y lo hace con una lucidez y potencia narrativa que demuestra que puede resultar fascinante incluso la literatura con mensaje, ese colmo de horrores, a priori, según Oscar Wilde y Borges. La potencia maléfica contra la que se alza el literato es el nihilismo europeo, que se manifiesta, por ejemplo, en sectas paganas, o panteístas, y politeístas, o que divinizan a la naturaleza.


La novela ubica al lector ante los grandes asuntos existenciales del presente. El problema de la decrepitud de nuestros padres; el problema de la sexualidad en el matrimonio y fuera de él; el problema del trabajo después de los cincuenta; el problema de la representación política; el problema del orden y la seguridad pública; el problema de la salud quebrantada. Estos son sólo algunos de los temas abordados con inteligencia y elegancia. La respuesta de Houellebecq a los retos es nostálgica. Le gustaría recuperar, aunque sea una parte, del mundo pérdido de la infancia. Un mundo accesible, humano, donde aún tenían lugar la comida casera y los platos típicos; y los matrimonios cuidaban a sus hijos, mantenían una intensa vida sexual y creían en Dios.


MONSIEUR RAISON


El protagonista del libro se llama Paul Raison, quintaesencia de la "suficiencia burguesa", es decir un representante cabal de la casta gobernante. Trabaja en el Ministerio de Economía, es confidente y mano derecha del ministro, una suerte de Colbert del siglo XXI, tecnócrata que ha revivido a la industria francesa. Pero Paul, en la cincuentena, no es feliz. Su matrimonio ha fracasado; nunca se les ocurrió tener hijos. No tiene amigos y es distante la relación con sus hermanos y con su padre, un ex funcionario del Servicio de Inteligencia del más alto nivel.


La trama va encadenando los duros golpes que recibe Paul hasta su aniquilación, pero que, paradójicamente, le permiten rehacer la relación con Prudence, su esposa. Al final, nos encontramos con una hermosa historia de amor. Al mismo tiempo, Houllebecq corre los cortinados y nos permite atisbar en el funcionamiento del Estado francés. El jefe de Paul se convierte en 2027 en el nuevo hombre fuerte del gobierno, bajo la presidencia de un telepresentador insustancial. El tercer hilo narrativo esclarece una serie de atentados, que han puesto de cabeza a los servicios de inteligencia de las potencias globales, "la mayor catástrofe en seguridad informática desde la aparición de las computadoras".


Los únicos pasajes que aburren en esta novela son las narraciones de un sueño; como siempre ocurre, un procedimiento que delata déficit de invención. No se entiende, con franqueza, la insistencia de los escritores -incluso de los buenos- con esta bobería. El resbalón, no obstante, se compensa largamente con la hondura psicológica y social de los personajes (a su manera, Houellebecq es un Balzac) y con los juegos de ideas que circulan por el texto.


Entramos en la posdemocracia, nos advierte Houllebecq, desde París. La democracia, tal como la conocíamos, ha muerto; "es demasiado lenta y demasiado pesada". Las relaciones personales y las redes es lo único que funciona, aunque "el idiota moderno vive intoxicado con la web, las teorías conspirativas y las noticias falsas". Caímos en una suerte de epicureísmo mustio; en una desesperación normalizada; "en un ambiente pseudolúdico, pero que realidad está regido por una normativa fascista que, poco a poco, ha ido infestando todos los recovecos de la vida cotidiana". Es la famosa corrección política.


Tal como hizo hace unos días el Presidente de la Argentina en Davos, el perspicaz escritor francés nos advierte que Occidente se suicida, por vestirse con una panoplia de ideas descabelladas, pero la admonición es aquí más cultural que económica. Houllebecq no cree en el librecambio, por cierto. Condena por ingenua la doxa liberal a lo Francis Fukuyama: "...la ingenua creencia de que el afán de lucro puede reemplazar cualquier motivación humana y proporcionar por sí sola la energía mental necesaria para mantener una organización compleja...". Por fin, un escritor eminente que se preocupa por un estilo de vida que conduce a la destrucción de la familia y la vida conyugal.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa.

Calificación: Muy bueno

miércoles, 10 de enero de 2024

La ola que lee


 La compilación de relatos y artículos periodísticos no ha cosechado aún la gratitud que merece
. Es injusto. Hay volúmenes que son auténticas obras de arte. No resulta difícil señalar ejemplos: Textos recobrados, de Jorge Luis Borges; George Steiner en The New Yorker; Mea Cuba, antes y después, de Guillermo Cabrera Infante; Maestro de ceremonias de G.K. Chesterton.


El sello Random House ha publicado otro compendio cuya calidad es pareja a los casos mencionados. Involucra a uno de los mejores escritores argentinos; el único que ha elaborado una teoría de la novela para justificar su caudalosa empresa. La ola que lee se titula el libro que hoy queremos recomendar. Atesora escritos de César Aira (Pringles, 1941) publicados entre 1981 y 2010.


El volumen es el fruto del trabajo muy competente de la socióloga María Belén Riveiro. Le cedemos la palabra: 

"Los textos que se transcriben a continuación nos permiten descubrir autores y libros, releer a aquellos que ya conocemos con el tamiz de la mirada de Aira, explorar los debates de cada época, así como conocer desde otros registros su obra".


MAESTRO DE LECTURAS


La señora Riveiro tiene razón. Aira es un formidable maestro de lecturas. Despierta el apetito. Por leer o releer a Cortazar, a Arlt, a Puig, a Copi, a Laiseca, a Saer, a Kafka, a Gombrowicz (pero no a Katchadjian), a Walter de la Mare, cuya obra Memorias de una enana, empalma con uno de los fetiches de la literatura airana: las miniaturas.


Es menester advertir que, como todo comentarista talentoso, Aira no renuncia a la arbitrariedad e incluso al disparate. Llega a decir que nadie debería considerar a Vargas Llosa o a Alejo Carpentier grandes escritores. O que "la novela larga no es arte, es consumo". Las aporías de Aira son deliciosas; y el resto de su producción crítica a menudo da en el blanco. Hay una poderosa reivindicación de la literatura brasileña; y una demoledora descripción del estado de la novela argentina de 1981, con argumentos sociológicos que aún hoy pueden explicar nuestra indigencia creativa.


Por desgracia, los narradores argentinos se ven obligados a escribir en sus ratos de ocio. Establece Aira que el novelista debe comprometerse en serio, sin cálculos ni ironías, con la literatura. Debe jugarse por un proyecto artístico, por un método, incluso. Que es lo que él hizo; lo prueban sus más de cien libritos regidos por un guante de acero al tungsteno que en sus intervenciones periodísticas se ha empeñado en defender.


Podríamos sostener entonces que las reflexiones metafísicas sobre el arte de narrar son otra de las riquezas del libro. Mostrando (o fingiendo) el fervor de los creyentes, Aira sostiene que lanzarse a la aventura de escribir sólo se justifica por la intención de inventar de nuevo la literatura sobre fórmulas desconocidas. Sin la calidad de nuevo, la obra de arte se queda en artesanía, que puede llegar a ser aceptable pero su propósito último no pasa más que por complacer a un público satisfecho, a un consumidor. El creador de paradigmas no necesita ser bueno, avisa incluso (¿y se justifica?).


El creador "si se limita a usar un lenguaje ya inventado no es arte de verdad o, al menos, no se ajusta a la definición más exigente de arte", dispara en la página doscientos treinta y nueve. El vate de Pringles se ha tomado el trabajo de usar revistas y diarios (extranjeros o del interior de la Argentina) para desarrollar repetida, variada e interminablemente su peculiar teoría que le ha dado prestigio y polémica: 

"La literatura debe ser extremista...;  ...la libertad hace al escritor...;  ...los géneros no tienen más función para el escritor que darle algo para abandonar...;  ...la voluntad de preservar el statu quo resulta esencialmente antiliterario...; ...toda gran obra literaria es un experiencia con el estilo; ...la buena literatura vive al borde del fiasco...". 

Y así hasta el final. Uno termina casi convencido, hasta el momento que recuerda la enorme cantidad de novelas esenciales que no pasarían por el ojo de la aguja airana.


Con humoradas, Aira pide no ser juzgado por La Liebre (su mejor novela), o por La guerra de los gimnasios, o por cualquiera de esas dos o tres nouvelles automáticas que compone año tras año: 

"Me espanta que me juzguen por mis libros. Me siento vagamente insultado, siento el riesgo de una mutilación, cuando alguien se toma en serio algún libro mío. Querría prevenirlo contra ese error, y no encuentro otro modo de hacerlo que publicando un libro más...".


Quiere que lo juzguen por su método. "Preferiría que vieran en mí un procedimiento, como lo veo en mi amado Raymond Roussell". Y aquí llegamos al tema feraz de las influencias. Podría decirse que la literatura airana que tantos fanáticos, discípulos y detractores ha generado es el penúltimo campanazo de la broma surrealista o del dadá. Es "el reblandecimiento daliniano de los relojes".


"He llegado a no corregir nada, a dejar todo tal como sale, a la completa improvisación definitiva", asegura el único escritor argentino que se menciona todos los años para el Nobel. ¿Podemos creerle? Hace unos años, Elvio Gandolfo estableció para siempre esta duda existencial: “El método Aira sería el del viejísimo ¿es o se hace?". Tampoco podemos tomar en serio su profesión de fe marxista de la página ciento ochenta y dos. Es un especulador que cultiva con fruición y destreza la paradoja y la broma. "El escritor debe ser enigmático y abierto a interpretaciones", afirma.


LA FELICIDAD

A esta altura, uno debería preguntarse cuál es la apuesta estética de ese sistema general. Cuál es la felicidad que causa ("felicidad" es una palabra muy usada por Aira cuando opina sobre literatura). La dicha del instante, de la escena, de la pincelada. La literatura debe ser la "eternización de un momento de felicidad". Pero debe ser literatura pequeña, insiste: "...en los géneros breves no se escribe para ocupar el tiempo del lector, como en la novela, sino para ocupar su inteligencia. Y eso puede ser cuestión de un instante, o mejor dicho siempre lo es. Cuanto más breve, más eficaz".


La grey airana quedará absolutamente saciada con esta obra. A quienes nos gustan algunas novelitas de Aira pero la mayoría no, también disfrutamos una inteligencia superior, una prosa refinada, un juego de ideas cautivante.  La ola que lee -como intentamos transmitir- es un libro de muchas felicidades. Como aquel párrafo de la página cincuenta y cuatro que consagra las obras de José Bianco. Es probable que nadie lo haya hecho mejor. El diccionario de autores latinoamericanos, por cierto, sigue siendo la obra maestra de Aira.

Guillermo Belcore

Publicado en el diario La Prensa


Calificación: Excelente

martes, 2 de enero de 2024

La Constitución Nacional: Una historia política 1810-1853

 




Por Bernardo Lozier Almazán

Sammartino Ediciones. Libro de historia. 180 páginas.


La grieta, por desgracia, está en los genes de los argentinos. La Revolución de Mayo, esa gesta cívico-militar tan improvisada como trascendente, plantó las semillas de una división fratricida que atrasó la creación y el progreso de la Patria. Así lo explica un nuevo ensayo que aquí venimos a elogiar:


"El juicio de Alberdi nos advierte que, por aquellos días, ya se gestaban las dos alternativas ideológicas que dominarían el futuro escenario político: la federal y la unitaria, y la confrontación entre porteños y provincianos, cuyas consecuencias se proyectarían durante más de medio siglo, postergando la tan necesaria como indispensable unidad nacional, para entonces consagrar la constitución que organizará los destinos de la Patria incipiente. Sin dicho consenso, todo intento constitutivo devenía utópico".


El erudito Bernardo Lozier Almazán resume en su trabajo más reciente el derrotero político de nuestra Carta Magna. De la Primera Junta a la Presidencia de Bartolomé Mitre, cuando la República Argentina empezó a consolidarse como Estado soberano. Es un libro oportuno. La Constitución Nacional cumplió 170 años, en 2023. Y esa travesía en el desierto, con sus frustrados intentos de gobernabilidad, permite extraer enseñanzas para el presente. Hoy también la falta de consensos, ahora económicos, es motivo de desdichas y nos ubica al borde del precipicio. Ya volveremos sobre el punto.


Primero, es necesario describir el ensayo, avaro en páginas pero rico en sucesos, ideas y documentos. El académico Lozier Almazán es un virtuoso de la cita, pero escamotea su propia opinión. Podemos inferir simpatías rosistas: reivindica el Pacto Federal ("embrión de la Constitución de 1853") y exculpa a la dictadura punzó por no haber convocado nunca a un Congreso General Constituyente. Los egoístas unitarios le hicieron la vida imposible a Don Juan Manuel.


Hay que destacar que la lectura del volumen siempre resulta amena e instructiva. El libro es valioso. Fruto del talento del historiador, pero también del esfuerzo, dedicación y amor de la editora Graciela Sammartino, quien ha creado en 2009 un sello que se especializa en el patrimonio histórico, cultural y artístico de la Argentina.


Decíamos que vivimos hoy una circunstancia en cierto punto similar a la que sufrieron nuestros antepasados. Si la organización nacional tardó cincuenta años terribles para concretarse; y la democracia otros cincuenta y tres para establecerse definitivamente (entre 1930 y 1983), aún no podemos encontrar un modelo sustentable de desarrollo económico para el mundo posmoderno, después de cuatro décadas de frustrantes y pauperizadores balbuceos. De Alfonsín a los Fernández, la grieta entre populistas y antipopulistas parece habernos condenando a un vaivén que acelera la decadencia. ¿Será Javier Milei el Urquiza de nuestro tiempo, el estadista que encuentra la fórmula superadora?

Guillermo Belcore


Calificación: Bueno

martes, 12 de diciembre de 2023

La auto-sospecha







El personaje literario es viejo como la máquina de vapor. El hombre del subsuelo (¿por qué no hay mujeres cumpliendo este papel en las novelas?). Un añoso viaje, pues, desde Akaki Akákievich hasta Neftalí de Montevideo, que hoy venimos a presentar.

Ana Grynbaum, una de las voces más interesantes de la narrativa uruguaya actual, ha decidido recorrer en su más reciente nouvelle un sendero trillado pero no por eso menos encantador. Es la clásica historia de un patético cero a la izquierda, sin un cobre en el bolsillo ni razones para vivir, que finalmente encuentra un sentido a la existencia. A pesar de su mezquindad en páginas (ya volveremos sobre el punto), podría decirse que La auto-sospecha (180 páginas, Libros del inquisidor) es una especie de bildungsroman. Una diminuta novela de aprendizaje.

Neftalí vive en la casona de una vieja inválida, medio pariente, bajo un régimen de semiesclavitud. Mal atiende a la despótica mujer a cambio de un altillo mugriento para dormir y las sobras de la comida. Se somete también al escrutinio neurótico. Explica con el símil eficaz por qué ha dejado pudrir su talento en la desidia: 

"Preferí no funcionar, devenir bolsa de nylon enredada en la copa de un árbol; por decisión propia no sirvo para nada... hubiera querido ser optimista, pero naufrago en la mierda".

Un día la señora se muere; más rápidos que un vencejo, familiares lejanos se presentan por la casa. Le dan venticuatro horas al inquilino para abandonarla; Neftalí tiene todo preparado para ahorcarse pero finalmente quien se queda con la propiedad es una sobrina nieta. Rocío, una muchacha tan ingenua como lastimada, planea abrir allí un comedero para pibes de la calle. "Por más indeseable que un hombre sea, siempre se le arrima alguna mujer", se establece. Así pues, la trama evoluciona como suelen hacerlo estas historias menudas.

BLOQUECITOS

La urdimbre se construyó en bloquecitos. Hay una agradable alternancia entre el soliloquio de un Don Nadie y la narración en segunda persona del singular. Muestra la autora, además, una formidable destreza para acuñar sentencias. Cómo ésta de la página cuarenta y siente: 

"la verdad es frágil, exige acolchado... Me parece que todos compartimos la idea de que hay algo nuestro que no debemos revelar nunca, bajo ninguna circunstancia, incluso si desconocemos el contenido...".

En el debe podría mencionarse la escasez de páginas. El lector voraz se queda con hambre. Sería necio acusar a la nouvelle de falta de ambición artística, la señora Grynbaum ha creado, nada menos, su propio sello editorial junto a su marido Ércole Lissardi (¡ah!, esos nombres uruguayos) para componer lo que les plazca, en especial para cultivar la literatura erótica, una apuesta sumamente audaz en estos tiempos de hipersexualidad mediática, que no es arte claro está. Hay un par de páginas eróticas, por cierto, en La auto-sospecha que son poesía pura, y muy buena.

Además, un comentarista nunca debería criticar a un perro porque no es un gato. Pero he aquí un chihuahua que tenía todas las condiciones para ser un gran danés, es decir una novela oceánica, con fascinantes personajes secundarios y un contexto de degradación moral y social que Ana Grynbaum prefirió esbozar al paso en lugar de desarrollarlos. Es una lástima, Onetti y Dostoievski están presentes en su escritura y se la da muy bien el retrato de Montevideo, la fea.

Una última extrañeza. Como si se tratara de burbujas ácidas, consignas de izquierda emergen cada tanto. Habla Neftalí de conciencia de clase y hay un par de menciones despectivas de la meritocracia, del consumismo y del descastamiento de las napas inferiores de la burguesía media "a las que todos suponemos pertenecer". Pero la moraleja del libro no proviene de Marx, sino del Nuevo Testamento. Es Corintios 13, 1 al 7.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento Cultura del diario La Prensa.

domingo, 3 de diciembre de 2023

Henry Kissinger en tres libros

Henry Kissinger no sólo fue el estadista que condujo la política exterior de Estados Unidos entre 1969 y 1977 (e influyó tras las bambalinas desde entonces) y en ese lapso consiguió la proeza de consolidar la fractura del mundo comunista; también fue un pensador sofisticado que escribió colosales tratados con la Historia sentada en su regazo.

Dos libros del erudito puede recome


ndar el autor de estas líneas. Son esenciales para el interesado en los asuntos mundiales. El primero es Diplomacia, un ensayo majestuoso entregado a la imprenta en 1994 que abarca desde el cardenal Richeliu hasta Ronald Reagan, aunque se centra en los últimos doscientos años. Examina las relaciones internacionales desde el prisma de un teórico (y firme defensor) de la realpolitik y el balance de poder de las grandes potencias.

Kissinger era un amoral. Admiró a Metternich, a Bismark, a Stalin y a Churchill pues siempre consideró que el interés nacional está por encima de cualquier consideración ética. Si es necesario derramar sangre para servir a los intereses de la Nación, se hará.

Naturalmente, hay algo siniestro en la admiración que el señor Kissinger profesaba por los esos hombres de Estado que han demostrado una eficacia extraordinaria (y pocos escrúpulos) para ampliar el poder nacional. Como Mao Zedong. Desde cualquier perspectiva moral, fue un monstruo; sus decisiones causaron la muerte de millones de personas. Pero el apóstol de la revolución permanente sentó las bases para el resurgimiento de China, lo cual es motivo para que el ex secretario de Estado de Richard Nixon justifique, incluso, la infame Revolución Cultural en otro de sus ensayos imprescindibles: China, publicado en español por la editorial Debate hace una década.


El libro narra el auge, la decadencia y el resurgimiento de una Nación-continente que en dieciocho de los últimos veinte siglos fue la más rica del globo. Es muy posible que la obra se convierta en un clásico. Se forjó con una impresionante bibliografía, documentos hasta ayer secretos y la experiencia personal de un hombre público que piloteó algunos de los acontecimientos más trascendentes de los últimos cuarenta años, en particular la sorprendente reconciliación (y alianza flexible y duradera) entre el paraíso del capitalismo y el país con el comunismo más virulento. El colosal caudal de información que aporte el ensayista es tamizado por una visión ideológica que -guste o no- da el conjunto una sólida coherencia. Como dijimos, Kissinger defiende como verdad manifiesta que para el Príncipe no debe existir nada más importante que la Razón de Estado.

Confucio ha vuelto, es la segunda tesis de China, libro que recomendamos con firmeza. Pekín es de nuevo el centro del universo y la civilización oriental despierta, una vez más, respeto y admiración. Hoy, gran parte de la salud económica del mundo depende de los resultados del milenario Reino Medio, un lugar donde el tiempo tiene un significado distinto al de Occidente, nos advertía Kissinger que en los últimos años medió entre Joe Biden y Xi Jinping para que no se destruyese la alianza estratégica que él había forjado en los setenta.


EL TERCER LIBRO


Nos gustaría señalar un tercer libro para explicar al colosal Kissinger, pero desde una perspectiva más pedestre, no despojada de rigor profesional y belleza expresiva. Nos referimos a Entrevista con la historia (1), una galería de retratos de estadistas que compuso la señora Oriana Fallaci (Florencia 1929-1986).

Uno de los capítulos de ese libro extraordinario está dedicado a Superkraut. Consta de una introducción de ocho páginas en las que se describe al personajón y la entrevista que una de las mejores periodistas de Occidente le hizo el jueves 2 de julio de 1972 en la Casa Blanca "a la nodriza mental de Nixon" (publicada íntegra en el semanario New Republic).

Fallaci concluyó que Kissinger "tiene los nervios y el cerebro de un jugador de ajedrez”. Se quejó de su voz monótona que casi no movía la aguja del magnetófono y su obsesión de pesar cada frase hasta el miligramo. Lo despacho con dos frases hermosas: 

"Desde mi punto de vista es el típico héroe de una sociedad donde todo es posible, hasta que un tímido profesor de Harvard, habituado a escribir aburridísimos libros de historia y ensayos sobre el control de la energía atómica, se convierta en una especie de divo que gobierna junto al presidente, una especie de playboy que regula las relaciones entre las grandes potencias e interrumpe las guerras, un enigma que intenta descifrar sin advertir que, probablemente, no hay nada o casi nada que descubrir. Como siempre que la aventura se viste de gris"
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Guillermo Belcore


(1) Pinche aquí: https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2018/04/entrevista-con-la-historia.html

martes, 14 de noviembre de 2023

La sombra del mamut

Por Fabio Morábito

Cuentos. Edhasa. 235 páginas. Edición 2023




En octubre de 1929, Alberto Einstein declaró a un periodista: 

“La imaginación es más importante que el conocimiento. El conocimiento es limitado pero la imaginación circunda el mundo”.


Si el talento creativo es importante en la ciencia, qué decir del arte. Cuando hay una imaginación poderosa al timón de una obra literaria -y cuando esa imaginación sabe expresarse- los resultados no pueden ser sino magníficos.


Ésta es la impresión que suscita La sombra del mamut un libro con veinte cuentos que acaba de ser impreso en nuestra Patria. Su autor es Fabio Morábito (1955), polígrafo ítalomexicano, aunque nacido en Alejandría, Egipto. Es un escritor que trabaja con una inusual amplitud de estilos y destrezas.


Por ejemplo, cultiva con igual talento tanto los relatos con final abierto como aquéllos con un desenlace redondito que nos deja con la boca abierta. O conmovidos, como Danzón, exquisita reivindicación de las pequeñas comunidades de intereses donde se forjan amistades entrañables; al tiempo que se nos advierte sobre los malos entendidos que envenenan la vida familiar.


La mayoría de los seres humanos lee el diario para informarse, formarse y encontrar argumentos que confirmen su visión del mundo. Morábito se sirve de la realidad en letra impresa para encontrar esos temas que merecen ser amonedados en un relato. Por ejemplo, un accidente de Swiss Air le permite en La hierba de los aeropuertos contar las peripecias de un jardinero obsesionado (podría decirse que éste es el libro de las obsesiones). En La llegada a la Luna se las arregla para unir los primeros pasos de Armstrong con la muerte de la abuela y el debut delictivo de un niño.


EL SEÑOR PENCROFF


La isla misteriosa de Julio Verne fue, al parecer, el libro favorito de la infancia de Morábito. Boris Pencroff aparece varias veces en el volumen. En Dédalo bajo Berlín es un obrero de la construcción enloquecido por los celos en vísperas de la Caída del Muro. En Persecución, una presencia fantasmal que atormenta a un viajante de comercio. Boris, por otra parte, es un músico que interpreta en el flautín o pícolo una sola nota que nos vincula misteriosamente con la Antigua Grecia. También es un marido obsesionado con la supuesta infidelidad de la mujer, aunque el mismo sea el peor de los traidores. En Extras, el apellido Pencroff designa a un comparsa de Hollywood que coloca a los lectores ante la terrible evidencia de que todos nosotros -los hombres a pie, los ciudadanos comunes- somos extras "de innumerables historias que transcurren a nuestro lado sin que seamos conscientes de ello". Somos polvo en el viento, amigos.


Otra clave del libro es la alegoría, es decir la metáfora continuada en la que se representa una cosa para dar a entender otra. El Gran Camino Volado tiene tintes borgeanos. Comienza con una hermosa frase: "No hay nada que no puedan hacer los chinos cuando los manda un rey". Narra la historia de un autócrata que manda construir una obra colosal para no mezclarse con su pueblo harapiento.


Morábito comenzó su carrera profesional como traductor. Esa profesión indispensable colorea varias páginas. En la ciento trece, se establece que "cada idioma, como cualquier ser vivo, tiene su temperamento, sus inclinaciones y sus preferencias". Se reflexiona sobre Ungaretti y las dificultades que presentan los poemas pequeños y transparentes. "Todos los traductores nos preguntamos alguna vez si no somos unos impostores", establece uno de los personajes de un texto quizás con retazos autobiográficos.


También merece ser destacado el cuento que da nombre al volumen. Enlaza dos tiempos remotos. En la era de las cavernas, el antepasado de todos los traductores busca compañía femenina. La tribu sospecha de sus intenciones. En nuestros tiempos, un traductor cuarentón y solitario tiene como distracción el footing y se desespera por vincularse con otros atletas. La sombra del mamut va y viene de la prehistoria al siglo XXI. ¡Vaya imaginación la de este tipo!

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa


Calificación: Bueno


PD: En este blog se comentaron otras obras de Morábito. Pinche aquí:



lunes, 30 de octubre de 2023

De Mitre a Perón. Historia de la Argentina moderna


Hace 34 años, caía el Muro de Berlín y se anunciaba el fin de la historia: la democracia liberal había triunfado para siempre. Sin embargo, un parásito a lo Alien no tardó en aparecer para roer las entrañas del mundo libre, dejando en claro que fue apresurado declarar el ocaso de las ideologías, es decir de los relatos que explican al mundo desde una perspectiva distinta a los triunfadores de 1989. Ese enemigo insidioso es una expresión neocomunista travestida de progresismo, que dos intelectuales de fuste de la Argentina prefieren designar nihilismo moderno.


En Sudamérica, la viscosa corriente de pensamiento fue articulada políticamente en el Foro de San Pablo primero y en el Grupo de Puebla, después, aunque descafeinada después del fracaso del Socialismo del Siglo XXI. El kirchnerismo hizo suyas las tácticas y premisas nihilistas; se abocó de manera minuciosa desde hace veinte años a reescribir la historia nacional con el fin de quebrar los valores sobre los que se construyó la Patria. De ahí, por ejemplo, los ataques furiosos que han recibido próceres como Julio Argentino Roca. De ahí, la embestida indigenista, "con el claro propósito de resaltar minorías étnicas por encima de la nacionalidad argentina".


Sin embargo, puede que las tornas estén cambiando. "A los jinetes del daño y la destrucción", a una generación de intelectuales sin rumbo, le sale al paso, desde una perspectiva alberdiana, un libro de historia, útil para encarrilar un siglo con una profunda crisis de valores: De Mitre a Perón. Historia de la Argentina moderna (Ediciones SB, 358 páginas).


"A la ciencia histórica le ha llegado la hora de una nueva revisión que cuestione al nihilismo moderno", proclaman el investigador Claudio Cháves y el politólogo Miguel Angel Iribarne. Como saben los lectores del diario La Prensa (diario donde trabajo desde hace 35 años), son dos pensadores de probada inteligencia e independencia de criterio.


El ensayo habla en nombre del revisionismo histórico liberal, y por lo tanto es políticamente incorrecto. ¿Existe mejor carta de presentación? El contenido se despliega en dos secciones. En la primera (“Las etapas históricas”), Chaves hilvana el corpus historiográfico entre la batalla de Pavón y el advenimiento del peronismo. En la segunda (“Las culturas políticas”), Iribarne examina el espíritu de la época, el contexto global y local de ideas-fuerza en que se produjeron los hechos.


Se nos advierte que el libro es el primer tomo de un vasto trabajo que llegará hasta nuestros días. Iribarne lo anticipa en el Capítulo XVIII, en el que desmenuza la cultura política del radicalismo desde Alem hasta Alfonsín.


EJE VIRTUOSO


En los primeros siete capítulos, Chaves nos plantea un eje virtuoso de la organización nacional y la integración con el mundo atlántico: Urquiza-Sarmiento-Roca. Conjetura que la antinomia fundamental de nuestro siglo XIX fue el enfrentamiento entre porteños y provincianos. A causa de esa grieta colosal, el General Paz nunca pudo acordar con Lavalle, ni Rosas con el correntino Farré. Doscientas cincuenta páginas más adelante, Iribarne, un erudito del Zeitgeist, establecerá que la creencia fundamental de la generación liberal-conservadora entre 1860-1916 fue la convicción de la excepcionalidad argentina dentro de Latinoamérica; nuestro país tenía condiciones para ser Europa en el Nuevo Continente. Necesitamos, como el agua las plantas, otro mito fundante con similar potencia para revertir la decadencia, uno no puede dejar de pensar.


Dijimos que el abordaje de la obra es alberdiano. En principio, porque sostiene que "toda nuestra historia deviene incompleta si no se estudia enmarcada en el acontecer mundial", tal como realizó el ilustre tucumano. De ahí, la permanente preocupación de los expertos por el contexto. El lector podrá encontrar, además, valiosos pasajes sobre la geopolítica de las personalidades (desde Mitre al Almirante Segundo Storni) y de los países.


Además del nihilismo contemporáneo, el fecundo tándem Chaves-Iribarne quiere refutar otras dos interpretaciones erradas de nuestra historia; a la sazón, las dos caras de una misma moneda: el revisionismo clásico (nacionalista o marxista) y la historiografía clásica del liberalismo iluminista: "...una mirada al pensamiento de Alberdi -se destaca en la página 83- nos abre un camino riquísimo y diferente, el de un liberalismo de arraigo, esto es criollo y popular, por historicista".


Este último adjetivo implica, en la praxis tanto del investigador como del estadista, "pensar el país desde adentro mismo de la historia, como sujetos moldeados por ella, avanzando por ella". Como la grandiosa Generación del Ochenta (heredera de la Generación del Paraná).


Es menester subrayar que no es el libro un mero ejercicio especulativo. Así nos advierte Chaves en otro párrafo luminoso. El futuro de la Patria, nada menos, está en juego: 

"Estas distintas miradas de un período crucial de nuestra historia no son simplemente una discusión teórica o el devaneo intelectual de personas con inclinaciones librescas, de algo que, por otro lado, ya no tiene remedio. Sin dudas que lo pasado no puede modificarse, pero de cómo lo interpretemos estará fundado el presente".


PARANGONES


Otro agrado del libro son los puentes que tiende entre el estudio del pasado y las desventuras del presente. Es decir, se trazan parangones.


La refutación concienzuda de escritos de Fermín Chávez, por ejemplo, que justificaron el asesinato de Justo José Urquiza y sus hijos, desemboca en la conclusión de que José Hernández, otro excusador del sicariado, fue algo así como el Rodolfo Walsh o el Horacio Verbitsky ("el nihilista más lúcido") de fines del siglo XIX, en tanto que unos y otros intelectuales encarnan esas "minorías iluminadas que se arrogan el derecho de administrar justicia", mediante el uso de las armas.


Por esa moral depravada, a Claudio Chaves no le sorprende que Hérnandez haya creado a Martín Fierro:

 "...un personaje que, maltratado y devastado por las injusticias de un Estado arbitrario y una sociedad indolente, deviniera en un gaucho asesino, capaz de alzarse con dos muertes provocadas intencionadamente".


Asimismo, en el excelente capítulo sobre el problema del indio, la inseguridad en la pampa, y la Campaña del Desierto, Chaves también desgrana enseñanzas para un hoy en el que, de nuevo, existen espacios geográficos, en este caso urbanos, en donde el Estado se encuentra ausente: 

"...Ya no son indígenas los que se enseñorean desafiando a los poderes públicos, se trata de bandas dedicadas al delito y al tráfico de drogas que se han apoderado de vastos territorios, en barrios marginales. Hasta el momento, el combate ha sido defensivo. El general Roca es un buen espejo a mirarse para acabar o acorralar a su mínima expresión a los indígenas redivivos, en estos despreciables personajes".


Además de meterse en el barro de la llamada batalla cultural, Chaves e Iribarne quieren formular aquí una propuesta tan metodológica como ética a los investigadores del pasado y del presente: priorizar la dimensión arquitectónica, pues la Patria -enseñó Ortega- es un vasto proceso de incorporación.


Con este llamamiento, cierra un libro excepcional y muy recomendable:

 "Las escuelas que hasta hoy polemizaron se esforzaban en exaltar o demonizar a nuestras personalidades históricas según se conformasen o no a sus respectivos modelos ideológicos. Lo nuestro, por el contrario, debe ser apreciar lo que, más allá y sin mengua de las diversidades, dichas figuras aportaron a la construcción de la casa común".

Guillermo Belcore

Publicado en el diario La Prensa


Calificación: Excelente

lunes, 2 de octubre de 2023

El asunto


Por Lee Child

Blatt & Ríos. 455 páginas


Desde que la musa cantó la cólera de Aquiles, el de los pies ligeros, los lectores occidentales hemos demostrado hasta el cansancio nuestra fascinación por las aventuras de un héroe. La magia continúa en el siglo XXI. Siempre será un gusto rencontrarse con Jack Reacher, la creatura que imaginó el inglés Lee Child (Conventry, 1954). Una combinación de Hércules y Sherlock Holmes, con un dejo de Jason Bourne.


En esta ocasión, disfrutamos la última correría de Reacher como empleado del Tío Sam. Tiene 36 años, intuye que sus días en el Pentágono están contados y la División de Investigación Criminal de la Policía Militar le ordena viajar encubierto a Carter Crossing, una población rural en el profundo sur. Será un viaje trascendente para su espíritu fatigado.


En ese rincón paupérrimo del estado de Mississippi funciona desde los años cincuenta Fort Kelham, una escuela de formación de Rangers. Opera con disimulo, pues allí despachan a los pelotones de irregulares que Washington infiltra en Kosovo, región en disputa entre serbios y albaneses. Estamos en 1997.


Una noche aparece en el poblado una chica ligera de cascos limpiamente degollada, tal como le enseñan a los soldados de elite. Una luz roja se enciende en Washington. El caso puede convertirse en un desastre de relaciones públicas y sacar a la luz secretos militares. Estamos en los años gloriosos de Bill Clinton: los principales enemigos de las Fuerzas Armadas estadounidenses son los tipos que abren y cierran las canillas del presupuesto, entre ellos el senador Carlton Riley, presidente del Comité de Servicios Armados del Senado, y, para peor, padre del comandante de la Compañía Bravo de Fort Kelham. "Mierda", exclama Reacher cuando se entera del dato.


El asunto narra, pues, los trabajos de Reacher en Mississippi y sus consecuencias. Debe esclarecer crímenes horrorosos. Ha recibido otro mandato perentorio: “Mantenga todo más cerrado que culo de muñeca”.


Deberá lidiar en el terreno con un hueso duro de pelar: la sheriff Elizabeth Deveraux, retirada de la Infantería de Marina después de trece años de servicio. Es hermosa, si es que a usted le gustan las flacas mandonas. No tiene un pelo de tonta. El pendenciero de Jack también tendrá que enfrentar, a puño limpio, a los palurdos locales y a las víboras traicioneras del Departamento de Defensa.


Como siempre, Child cumple con creces un mandato irrevocable de la industria editorial: enséñale algo al lector. Por ejemplo, cómo degollar a un semejante. Uno se entera, además, que el Chevy Caprice era en los noventa el automóvil favorito de los policías.


Datos al margen, la erótica del libro se concentra en la laboriosa búsqueda de la verdad en un ambiente hostil, con trampas a cada paso. Se trata de una esas novelas que magnetizan los dedos.


La prosa es clara y funcional a una trama brillante; no tiene ornamentos, con la excepción de esas comparaciones filosas y esos giros irónicos en los diálogos y en las cavilaciones que caracterizan a la buena novela negra estadounidense. Otro agrado del libro es la narración metódica y fría de las peleas; pero cuando el procedimiento se aplica al sexo, fracasa. Es como si a un profesor de física se le pidiera describir ese torbellino de los sentidos entre un hombre y una mujer.


El asunto fue entregada por primera vez a la imprenta en 2011. Es la novela número dieciséis de la saga; la que explica por qué nuestro héroe perdió la fe en el Ejército y se convirtió en un vagabundo sin amarras. “Presenta el mito de creación de Reacher”, explicaba por entonces entusiasmada la comentarista de The New York Times. El texto resulta ideal para evadirse -aunque sea por un rato- de la desesperación argentina.

Guillermo Belcore


Calificación: Bueno

PD: En este blog hemos elogiados otras novelas de la saga Reacher: